A veces, la fuerza más transformadora de un líder aparece cuando decide no acelerar, sino sostener. Fue durante una semana densa en la organización: proyectos trabados, reuniones que giraban en círculos y un clima de inquietud más que de caos. Desde mi escritorio veía la luz amarillenta del atardecer cayendo sobre una oficina que esperaba una señal que todavía no encontraba forma.
En una esquina del escritorio descansaba mi vieja libreta de tapas gastadas. La abrí casi sin pensar y encontré una frase escrita hacía años: “No todo lo urgente es importante; no todo lo importante llega rápido”. Ese gesto mínimo funcionó como un llamado interno: tal vez la claridad no estaba faltando… tal vez la estaba apurando.
Sentí alivio y también vulnerabilidad. Entendí que mi ansiedad silenciosa estaba marcando el ritmo del equipo, enseñando sin querer que la velocidad valía más que la claridad. Liderar no es resolver ya: es sostener el espacio donde las respuestas maduran.
La paciencia estratégica no es pasividad. Es un músculo que ordena. Permite que el equipo procese, que la información decante y que uno mismo distinga entre impulso y dirección.
Probalo hoy: antes de contestar algo urgente, hacé una pausa breve y preguntate si buscás resolver o solo liberarte de la incomodidad. Esa micro-pausa cambia decisiones enteras.
A veces, el verdadero avance nace del coraje de esperar un poco más.
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