La vuelta después del error

Hay errores que se sienten como un golpe en el estómago. Errores que no son solo un dato, una falla técnica o un descuido: son una mezcla de vergüenza, frustración, orgullo herido y miedo. A veces, lo difícil no es equivocarse —porque todos lo hacemos— sino lo que viene después. La vuelta. Ese tramo íntimo donde uno tiene que decidir si se esconde, si se defiende, si ataca… o si vuelve con la frente alta y el corazón abierto, aun sabiendo que no hay garantías de aplauso.

Aprendí esta lección de la manera menos elegante posible. En una decisión importante, cometí un error que afectó al equipo más de lo que imaginé. No fue malicia, no fue negligencia, pero sí fue una mezcla de impulso, cansancio y exceso de confianza. Y cuando la consecuencia apareció, sentí el peso exacto de mis elecciones. Lo primero que me apareció fue la tentación de justificarme: “No tenía toda la información”, “nadie me avisó”, “no era tan grave”. El ego siempre ofrece excusas rápidas. Pero algo en mí sabía que ese camino solo iba a agrandar la grieta.

Respiré. Pedí una reunión. Y entré con un nudo en la garganta que todavía recuerdo. Todos me miraban esperando dirección, claridad… o defensa. Lo que dije salió con una honestidad que me sorprendió a mí también: “Me equivoqué. Y asumo la parte que me toca. No voy a esconderlo ni disfrazarlo. Quiero que lo arreglemos juntos, pero primero necesito reparar la confianza que dañé”.

El silencio después de esa frase fue raro. No fue un silencio tenso, sino un silencio de recalibración. Como si el equipo necesitara un par de segundos para acomodarse frente a esa versión mía más vulnerable, más humana y menos blindada. No hubo reproches. No hubo aplausos. Solo una conversación real. Y esa conversación abrió un camino que no hubiera sido posible si yo hubiera elegido proteger mi imagen en vez de cuidar el vínculo.

Ese día entendí que la vuelta después del error es un acto de liderazgo más grande que cualquier acierto. Porque el error expone. Nos desnuda. Nos iguala. Y, al mismo tiempo, nos da la oportunidad de liderar desde un lugar más verdadero.

Con el tiempo empecé a ver que hay varias “vueltas” posibles después de un error:

1) La vuelta defensiva
Es cuando uno admite lo mínimo indispensable, como quien entrega una moneda con los dedos apretados. No repara, no acerca, no sana. Solo da la impresión de que no queremos que nadie se acerque demasiado a nuestra humanidad. Es una vuelta que mantiene la distancia, pero no recupera la confianza.

2) La vuelta perfeccionista
Es esa necesidad de compensar el error haciendo diez cosas más, como si el valor personal dependiera de enmendarlo todo rápido. Pero el exceso de acción no siempre sana; a veces solo es ansiedad disfrazada de eficiencia.

3) La vuelta honesta
Esta es la más difícil, pero también la más transformadora: reconocer el error sin dramatismo, mostrar vulnerabilidad sin victimizarse, escuchar el impacto que tuvo en otros, reparar lo que se pueda y aprender lo que corresponda. No es espectacular. No es inmediato. Pero crea confianza profunda.

La pregunta no es si vamos a equivocarnos —eso está garantizado— sino cómo vamos a volver después. Porque ahí se juega el liderazgo real.

Un día, conversando con una colega que admiro mucho, me dijo algo que quedó grabado en mí: “El problema no es que te equivoques; el problema es cuando tu ego sale a protegerte del error”. Me quedé pensando en cuántas veces había complicado situaciones solo por no querer sentir la incomodidad de admitir lo evidente. Y cuántos líderes pierden credibilidad no por equivocarse, sino por no hacerse cargo.

Empecé entonces a observar cómo manejaban sus errores las personas que más respetaba. Y descubrí patrones comunes:

Los líderes admirables no esconden el error, lo iluminan.
No lo exageran, tampoco lo minimizan.
No esperan que los demás “los entiendan”, sino que empiezan entendiendo a los demás.
No buscan justificarse, sino comprender por qué ocurrió lo que ocurrió.
No prometen perfección, prometen aprendizaje.

Y algo más: vuelven con humildad, pero también con firmeza. La vuelta después del error no es arrastrarse ni pedir perdón eternamente. Es reparar, ajustar y seguir adelante con más claridad. Un líder que queda atrapado en la culpa no lidera: se paraliza. Y un líder que no siente nada después de equivocarse tampoco lidera: se desconecta de su humanidad.

La vuelta honesta requiere equilibrio. Y ese equilibrio es un arte.

Hay un momento especialmente revelador en la vuelta después del error: el momento de escuchar sin defenderse. Ese instante donde el equipo dice cómo lo vivió, cómo lo sintió, cómo lo afectó. Y uno tiene que abrir el pecho y recibirlo sin transformarlo en un ataque. Es difícil, muy difícil. Pero en ese acto de escucha se reconstruye algo que ninguna presentación, ningún discurso ni ningún KPI puede reemplazar: la confianza emocional.

Empecé a practicar una pregunta que me cambió la forma de reparar errores:
“¿Qué necesitás de mí para cerrar bien esto?”
No implica obedecer ciegamente; implica abrir un puente. Implica salir del yo para entrar en el nosotros.

Y ahí apareció otro descubrimiento: muchas veces, lo que el equipo necesita no es una solución perfecta, sino saber que uno está comprometido a mejorar. Que el error no queda escondido debajo de la alfombra emocional. Que hay intención sincera de no repetir conductas que lastiman, confunden o frenan al grupo.

La vuelta después del error también nos enseña algo más profundo: quiénes somos cuando no estamos en control. Porque el error es un espejo. Muestra nuestras zonas más frágiles: nuestra impulsividad, nuestra prisa, nuestras inseguridades, nuestras suposiciones. Y si tenemos la valentía de mirarlo sin maquillaje, el error se convierte en una especie de maestro incómodo pero sabio.

Con el tiempo entendí que reparar un error no es solo reconstruir la confianza del equipo, sino también reconstruir la confianza en uno mismo. Porque equivocarse puede dejar una sombra, una duda interna: “¿Y si no soy tan bueno como pensaba?”. Pero en esa grieta también nace una oportunidad: la de conocerse mejor, la de crecer en profundidad, la de liderar con menos armadura y más humanidad.

Si estás atravesando una vuelta después del error —grande o pequeña— te dejo algunas ideas concretas para transitarla:

  • Nombrá el error vos primero. No esperes que lo hagan los demás.
  • No lo disfraces. La claridad desactiva la desconfianza.
  • Escuchá el impacto real. Aunque duela, es oro puro para crecer.
  • Repará lo reparable. Y reconocé lo que no tiene arreglo inmediato.
  • Cuidá tu diálogo interno. No sos tu error, sos lo que hacés después.
  • Mostrate humano, no derrotado. Vulnerable, no frágil.
  • Pedí ayuda si la necesitás. Eso también es liderazgo.
  • Aprendé en público. Compartí lo que entendiste.
  • Cerrá el ciclo. No te quedes atrapado en la culpa. Volvé al movimiento.

La vuelta después del error no es un retroceso. Es un retorno más sabio. Más real. Más presente. Y muchas veces, más fuerte.

Porque un error bien trabajado no te resta autoridad: te vuelve creíble.

Si esta reflexión te acompañó, compartila o quedate cerca para seguir construyendo un liderazgo más humano, más valiente y más consciente.

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