Hay momentos en el liderazgo en los que creemos que la salida está en sumar más: más procesos, más tareas, más control, más reuniones, más explicaciones. Creemos —a veces sin darnos cuenta— que el liderazgo se fortalece ampliando la cantidad de cosas que pedimos a los demás. Pero un día, casi en silencio, descubrimos que lo que realmente hace que un equipo florezca no es exigir más… sino pedir menos. Menos ruido. Menos urgencia innecesaria. Menos esfuerzo desperdiciado. Menos expectativas contradictorias. Menos interferencias. Menos complejidad que no aporta nada.
Ese descubrimiento me llegó un martes cualquiera, durante una jornada que parecía completamente normal. Teníamos una reunión de seguimiento, y mientras escuchaba al equipo compartir avances, dudas y obstáculos, me di cuenta de que muchos de los problemas que mencionaban no venían de falta de capacidad, sino de exceso de carga. Exceso de objetivos superpuestos. Exceso de pedidos que yo mismo había aprobado sin pensarlo demasiado. Exceso de iniciativas que sonaban bien, pero no tenían un propósito claro. Exceso de urgencias creadas, no reales.
En un momento de esa reunión, una persona del equipo dijo con una honestidad tranquila: “Podemos hacer todo… pero no todo al mismo tiempo”. Esa frase, tan simple y tan humana, me perforó. No solo porque era cierta, sino porque revelaba el peso que yo mismo estaba ayudando a generar sin querer. ¿Cuántas veces había pedido algo “por las dudas”? ¿Cuántas veces había exigido una tarea que no movía la aguja del proyecto, pero sí agotaba a la gente? ¿Cuántas veces había confundido actividad con avance?
Empecé a mirar con sinceridad mis hábitos de liderazgo y encontré algo incómodo: muchas veces pedía de más. Pedía sin filtrar. Pedía sin validar impacto. Pedía sin considerar que cada pedido —por más pequeño que fuera— consumía tiempo, energía, creatividad y atención. Descubrí que pedir es más costoso de lo que parece. No porque pedir sea malo, sino porque pedir mal desgasta. Desenfoca. Desordena.
Y ahí nació una pregunta que ya no me abandonó:
¿Qué pasaría si, en vez de pedir más, empezara a pedir menos… pero mejor?
EMPECÉ A EXPERIMENTAR PEDIR MENOS.
Un día dejé de pedir informes que en realidad no leía con profundidad. Otro día cancelé dos reuniones que no aportaban nada más que un ritual vacío. Después, revisé la lista de tareas del equipo y taché varias que no estaban alineadas con nuestras prioridades reales. Y algo sorprendente ocurrió casi de inmediato: el ambiente se alivió. No en una euforia exagerada, sino en un suspiro colectivo. El equipo tenía más espacio mental. Más foco. Más claridad. Más energía disponible para lo importante.
Fue entonces cuando entendí la frase que hoy considero un mantra:
Liderar también es liberar.
Liberar carga. Liberar confusión. Liberar ruido. Liberar expectativas innecesarias. Liberar caminos que distraen del rumbo central.
Con el tiempo aprendí que pedir menos no es exigir menos resultados. Al contrario. Es exigir mejor. No se trata de bajar la vara, sino de afinarla. De elegir con precisión quirúrgica qué vale la pena pedir y qué es solo un reflejo automático de liderazgo desordenado.
Cuando un líder pide menos, ocurren tres transformaciones fundamentales:
1) El equipo gana foco.
De golpe, lo que importa se vuelve más evidente. Ya no hay que dividir la energía en mil pedidos dispersos. Hay rumbo, hay norte, hay sentido. Y un equipo con foco avanza más rápido, más liviano y con menos fricciones internas.
2) El clima emocional mejora.
Cuando se pide menos, se respira mejor. La gente se siente más respetada, más escuchada, más considerada. Se activa una sensación de justicia emocional: “Lo que me piden tiene sentido. No me están usando como recurso infinito”.
3) La confianza crece.
Curiosamente, cuando un líder pide menos, la calidad de sus pedidos aumenta. Y entonces, el día que pide algo importante, el equipo lo sabe. Lo siente. Lo valora. Porque no suena a ruido, suena a dirección.
Pero pedir menos no es fácil. Tiene sus propios desafíos. Para pedir menos, primero hay que aceptar que muchas cosas que solicitamos como líderes nacen del miedo: miedo al descontrol, miedo a que se escape algo, miedo a no tener suficiente información, miedo a que el equipo no avance si no hay presión constante. Pedir de más es, muchas veces, una estrategia de contención emocional más que una necesidad del proyecto.
Y ahí entra la parte más profunda del liderazgo:
confiar.
Confiar en que el equipo es capaz.
Confiar en que vos podés soltar sin perder el rumbo.
Confiar en que menos puede ser muchísimo más.
También requiere humildad: reconocer que no todo lo que pedimos es esencial. Reconocer que podemos equivocarnos al priorizar. Reconocer que simplificar no es renunciar, sino madurar.
En una ocasión, un colega me compartió algo que cambió mi forma de trabajar:
“Pedí solo aquello que estarías dispuesto a justificar con argumentos sólidos frente a tu equipo, no aquello que pedís porque te da ansiedad no pedirlo.”
Ese criterio, tan directo, me ayudó a filtrar decenas de pedidos que solo existían por costumbre emocional.
EL VALOR DE PEDIR MENOS TAMBIÉN ESTÁ EN LO QUE HABILITA.
Cuando un líder pide menos, la gente se anima más. Porque tiene espacio para proponer. Para pensar. Para equivocarse con margen. Para tener iniciativa propia. Pedir menos abre un terreno fértil donde florece la autonomía. Y la autonomía, cuando está acompañada de claridad, es uno de los motores más poderosos de la motivación.
Me pasó con una integrante del equipo que siempre parecía “quedarse corta” en sus entregas. Un día, en lugar de pedirle más, le pedí menos: una sola cosa, pero bien hecha. Al quitarle la presión de múltiples pedidos simultáneos, apareció su verdadero talento. No necesitaba más exigencias; necesitaba menos ruido. Menos dispersión. Menos carga que no decía nada.
Y ahí entendí algo que hoy considero central:
Muchas personas brillan no cuando les pedís más, sino cuando les pedís mejor.
Si querés empezar a practicar el valor de pedir menos, te propongo algunos ejercicios simples:
- Antes de pedir algo, preguntate: ¿Esto es esencial o es ruido?
- Reemplazá pedidos automáticos por conversaciones de claridad.
- Elegí tres prioridades y soltá el resto.
- Cancelá una reunión que no mueve nada.
- Pedí un entregable más simple en vez de uno más extenso.
- En lugar de pedir más esfuerzo, pedí más sinceridad sobre lo que sí es posible.
Y, sobre todo, hacete esta pregunta cada mañana:
¿Qué puedo dejar de pedir hoy para liderar mejor?
Porque liderar no es acumular tareas sobre otros; es crear condiciones para que otros puedan dar lo mejor de sí. Y esas condiciones muchas veces se construyen pidiendo menos, no más.
El valor de pedir menos es, al final, una forma de amor profesional: una manera de decir “veo tu energía, respeto tu tiempo, confío en tu criterio”. Y cuando un equipo siente eso, responde con compromiso real, no solo con obediencia.
Si esta reflexión te acompañó, compartila o quedate cerca para seguir explorando un liderazgo más humano, más consciente y más liviano.